Amar es la cura de todo mal. Aunque ese mal sea la misma razón de todo gozo

Mente Lunera

Andrea González

(06-04-2025)

“¡Ay, doctor, tengo mal de amor…!”, canta Plastilina Mosh.

Cuando danzamos al ritmo de las notas del amor, de uno recíproco, no de un tango solitario, experimentamos sentimientos sin nombre y cosquilleos ligeros sobre la piel, pero cuando esa persona llega a perforar lo que tenemos construido como individuo, alcanza la raíz de la confianza, de la libertad. Ahí, justo ahí, comienza el vértigo: compartir un camino, un aliento, es esa aguja que jamás se presentó frente a los ojos... y, sin embargo, atraviesa.

Dejamos atrás el burbujeo en el paladar del gustar. Hablo del amor, del real. Del que nos despeina, nos confunde, nos frustra, nos alivia, nos monta con aires de experiencia y nos mira directo a los ojos con un je ne sais quoi.

Esa persona lejana, que viene de otro mundo, con ideas que abren los ojos y llenan los gustos, ya no es ajena. Te das cuenta: te conoce. Sabe qué botones presionar, qué tono usar, dónde tocar. Conoce el porqué de tus manías. Y sólo entonces, la realización golpea: amas. Amas demasiado. Permites, y permites de más. No porque alguien te empuje, sino por decisión propia.

Te da miedo. Te da miedo ese hecho que eres tú la mano de este destino sin pluma. Y, sin embargo, te lanzas. Como quien abre la ventana en mitad de la tormenta, porque amar no es sólo curar; es aprender a enfermarse del otro. Es decir “sí” sabiendo que es más un acuerdo que placer, pero también que de ahí nace el “nosotros”. Es aprender a estar desarmado y aun así abrir los brazos.

Aceptar que habrá desacuerdos, gritos y rasguños, pero que se volverán a encontrar.

Amar es crear sin molde, es aferrarse a lo desconocido, ser un eterno aprendiz de una obra única creada para ti o para…