Nacimiento tardío para un amor maduro
- Redacción
- 27 ago
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Mente Lunera

Andrea González
(08-27-2025)
“En la columna de hoy, voy a exponer un poema de largo aliento acerca de un sentimiento que acecha a quienes quieren a alguien desde la distancia, aceptando su destino de espectador en la vida del otro porque, a veces, aceptar que los tiempos, las diferencias que nos impone un amor, son por una razón.
Tenía celos de él, no sólo por el hecho que estuviera más cerca de ella en todo, en la edad, en su círculo social, en su vida, sino que la comprendía; el hecho que él la podía escuchar y decir algo con sentido, celos de su madurez ganada con experiencia.
Algo que en este preciso momento no tengo escondido ni en mis bolsillos más viejos. Celos de sus manos serenas que han sido alivio para ella en situaciones que…
¿Qué sé yo…?
Vuelvo a lo mismo con mi ingenuidad que me pisa la lengua cada vez que hablamos, ella la ve entre mis cejas y trata de relajarme, me da una sonrisa para que sepa que no tengo que poner un gran esmero en mis palabras planeadas justo para su persona. Ella es la serenidad que infantilmente quiero imitar.
Si tuviera la oportunidad de tomarle la mano, no lo haría porque sé que mis manos van a estar temblando y bañadas de sudor, ¿quién carajos encontraría confort y madurez en eso?
Nadie.
Ella necesita un hombre que la entienda y la acoja en sus brazos ya magullados, que la tome tan fuerte de su cintura para que sea consciente que en ningún lado la van a amar igual, que aliente a la mujer que es con ojos claros.
Mis brazos sólo los ha recorrido el sol y de vez en cuando una chica para ir formando callo y mis ojos… mis ojos se ocupan sólo en su recuerdo y en el algún día.”
Con esto cierro, dejando en interrogante, si ¿uno tiene que darse por vencido o volver cuando tenga experiencia ganada?
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