Necesidad de entenderte, de saber lo que expresas sin hablar
- Redacción
- 7 may
- 2 Min. de lectura
Mente Lunera

Andrea González
(05-07-2025)
El camino que tomamos para aprender nuestro propio lenguaje existe en todas partes; es imposible escapar de él. Reflexionando sobre esto, pinté una pregunta detrás de mis ojos: ¿de dónde surgió la intensa relación con las palabras que yace dentro de mí?
De pequeña me esmeraba en la escuela, un poco mucho más en lo social que en lo académico; digamos que lo educativo me dibujaba un simple guiño. Pero llegó el día de la tan ansiada graduación del preescolar. Estaba en el hotel, forrada en euforia, cuando apareció la maestra con un montón de sobres entre las manos. Comenzó a repartirlos. Casi todos teníamos un par.
La maestra dio la indicación y sacamos de su encierro aquellas cartas: eran de nuestros padres. Miré a mi alrededor y vi a los niños sonriendo, otros con el moco tendido, una que otra compañera con la mirada cristalizada y algunos más que ni se inmutaron. Yo me sentía en medio de todos esos sentimientos abrumadores, con las cartas en las manos, pero realmente sin que fueran mías, porque no les entendía.
Me acerqué a una compañera para que leyera mis cartas. Escuché en su voz a mis padres. En su voz entendí las palabras que con gracias llenaron mi corazón. Aunque una punzada se asomó, comprendí que leer cartas dirigidas a ti debe ser un acto íntimo, que la voz que habita en tu cabeza es la que debe dictar esas palabras plasmadas en el papel, como ella sepa interpretarlas. No una voz ajena, extranjera al interpretar el tono cariñoso de tu madre o la mirada de tu padre cuando pronuncia cierta muletilla.
Para ella, leer mis cartas fue un gesto sencillo. Para mí, fue una revelación. Una determinación que nunca antes había sentido: tenía que cultivarme en el mundo de la lectura. Por ellos. Por mis padres y por todas aquellas palabras escondidas en libros que podría descubrir en la intimidad de mi mente. Y por mí, por el placer de comprender lo que el humano no revela en alto, lo que plasma en eternidad sobre papel, ya sea un libro o un post it.
Es un privilegio tomado por seguro, cuando lo debemos cultivar conforme pasa el tiempo, porque leyendo lo que nos rodea comprendemos las palabras que revolotean dentro nuestro.
Me encanto el hecho de que las cartas son íntimas, concuerdo completamente con esto. Las cartas son ecos del corazón y de la mente ajena, por esa razón tenemos que leerla con nuestro corazón y con nuestra propia voz, no darla a alguien más y si alguien llegará a leerla sería alguien de suma confianza para que interpretara de una forma diferente esas letras impregnadas al papel. Maravillosa columna.