Una cara que no es mía (en el cuerpo que lo es)
- Redacción
- hace 5 días
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Mente Lunera

Andrea González
(10-22-2025)
He admirado, desde que tengo memoria, a las estrellas de rock, de pop y ahora a los idols del k-pop. Me embalsama su facilidad de ser personas totalmente extravagantes que viven para el ojo público, me llama inevitablemente la atención de llegar a ser una de ellas.
De acaparar mi verdadera personalidad para construir una para los demás, una más agradable, más atractiva, más…llamativa.
Pero hay noches en que el espejo no me reconoce. Mi reflejo se mueve dejando a un lado mi sombra, apartándola como si me reprochara haberle mentido tanto. Me maquillo no para embellecerme, sino para traer a la luz la persona que ha forjado el espacio entre mi sombra y mi cuerpo.
Quizás todos interpretamos un papel, uno que protege a los demás de la intensidad de nuestra alma. Y sin embargo, esa versión editada que mostramos, esa que no llora, no grita, no duda, también termina por herirnos. De frustrarnos porque es todo lo que no somos y a la vez lo portamos con gran naturalidad.
A veces me pregunto si crear una personalidad para no lastimar a nadie no es, en el fondo, otra manera de lastimarse a uno mismo.
Entonces, me atrevo a pensar que mi “yo verdadero” no está en lo que muestro ni en lo que oculto, sino en ese punto medio donde la máscara y la piel se rozan. Tal vez allí habita la verdad: en la confrontación silenciosa entre quien soy y quien inventé para divertirme, para salir, para explorar.
La autenticidad duele. Ser uno mismo en un mundo que aplaude la perfección es casi un acto de rebeldía. Quisiera arrancarme las capas, una por una, hasta quedarme desnuda de expectativas. Pero temo que al hacerlo, no quede nada, ni lo que conozco como “yo”, que al final venga a este mundo a no ser nada, porque lo que soy es lo que he venido recogiendo, lo que he venido pegando como exploradora de esta vida única.
¿Qué tan libres somos en ser tú y yo? Incluso las estrellas que admiro, son eso, estrellas, tan lejanas y ajenas a mi conocimiento. ¿Qué hay de mí que me percibo como avión en pleno vuelo? ¿Soy aire? ¿Soy turbulencia? ¿Soy la película alemana que dura las 7 horas del viaje?
Ahí reside la ternura y fragilidad que el humano trata de evitar, el no saber ser, el dar tropezones para su alma no lastimar y convertirse en una masa heterogénea de todo aquello que llegó a tocar.








Es una reflexión que desnuda el alma sin necesidad de gritar
La verdad aterra, la verdad nos persigue y nos maltrata. El dolor que sentimos al vernos a nosotros siendo únicos e incluso repulsión puede ser más una vista nublada, una vista que no ha sido entendida y estudiada. Hay que ver que hay más alla de nosotros.