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Culpa del cambio

  • Redacción
  • 8 oct
  • 2 Min. de lectura

Mente Lunera

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Andrea González


10-08-2025


Ese sentimiento de culpa que llena el cuerpo, por ser quien eres y dejar atrás quien eras. La culpa de los cambios y de tu mente actual.


Pero, qué ironía, ¿no? Nos duele crecer, aunque eso signifique estar más cerca de lo que siempre soñamos ser. Nos pesa soltar, aunque lo que dejamos ya no encajaba con los nuevos engranajes de nuestro ser.


El cuerpo se vuelve un archivo de pasados que ya no caben, y aún así los cargamos, como si la nostalgia fuera una deuda pendiente, como si tenerlos nos brindaran cierta calidez o en su defecto un tormento, como un martirio del tiempo.


Sin embargo, llega un punto en el que entiendes que la culpa también es una forma de despedirse. Que doler es otra manera de decir “gracias por lo que fui”.


Entonces respiras. Te miras al espejo y, por fin, reconoces que no traicionaste a tu antiguo yo: lo honraste al atreverte a evolucionar, al recordarlo constantemente y muy dentro de ti te alivias de no serlo más.


Porque crecer, aunque duela, también es una forma de amor. Un amor que deja de mirar atrás, no por olvido, sino por respeto al camino que falta por andar.


Quizás la culpa no desaparece, sólo aprende a transformarse. Se disuelve entre los poros cada vez que eliges tu paz antes que tu pasado.


Entiendes que no hay pecado en ser distinto, que no hay traición en sanar.

Tu nueva versión no es una enemiga del ayer, sino su consecuencia más pura.

Ser quien eres ahora es un acto de valentía.

Y aunque el eco de quien fuiste aún te visite en las noches, ya no viene a reclamarte… viene a agradecerte por atreverte a seguir.

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