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Entre muros y libertades. A 36 años de la caída del Muro de Berlín

  • Redacción
  • 11 nov
  • 3 Min. de lectura

Entre la norma y la justicia

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Alfonso Verduzco


(11-11-2025)


El 9 de noviembre de 1989 el mundo fue testigo del derrumbe de uno de los símbolos más poderosos de la división y el control: el Muro de Berlín. Construido en 1961 para impedir que los ciudadanos del Este escaparan hacia el Oeste, el muro representó durante casi tres décadas la fractura entre libertad y sometimiento, entre democracia y autoritarismo.

 

A 36 años de distancia, su caída sigue siendo una lección política y humana. Cuando los primeros berlineses del Este cruzaron hacia el otro lado, no huían hacia la utopía comunista, sino hacia la libertad. El pueblo corrió hacia el lado donde podía elegir, expresarse y moverse sin miedo. Esa simple dirección resume la fuerza de la historia.

 

La música como eco de un cambio

Las canciones que marcaron aquel tiempo —Another Brick in the Wall de Pink Floyd y Wind of Change de Scorpions— no derribaron físicamente el muro, pero acompañaron el espíritu que lo hizo. La cultura, como tantas veces, fue el preludio del cambio político. Detrás de los acordes, el mensaje era claro: ningún sistema puede encerrar por siempre a la conciencia humana.

 

La vigencia del símbolo

Hoy, en un mundo que vuelve a levantar muros —físicos, digitales y legales—, el recuerdo del Muro de Berlín no es un simple acto de memoria, sino una advertencia. Cada barrera que divide pueblos, creencias o derechos termina por caer, porque el deseo de libertad es más fuerte que cualquier régimen o dogma político.

 

Sin embargo, los nuevos muros ya no se construyen con concreto ni alambre de púas: se levantan en los textos legislativos, en las reformas que restringen derechos adquiridos, en los mecanismos que amplían el poder punitivo del Estado o debilitan los contrapesos democráticos. En México, los cambios normativos recientes —muchos de ellos aprobados con premura o bajo la bandera de la eficiencia— han erosionado libertades fundamentales con el argumento de garantizar seguridad, moral pública o austeridad. Pero, en el fondo, representan una forma distinta de control.

 

La vigencia del símbolo del Muro radica en su mensaje universal: toda sociedad que normaliza la restricción de libertades en nombre del orden está construyendo su propio muro. La historia enseña que ningún sistema que encierra a su pueblo logra sostenerse indefinidamente; tarde o temprano, la presión de la conciencia y de la dignidad humana hace caer hasta el muro más sólido.

 

Entre la norma y la justicia

En el derecho, como en la historia, los muros también existen. Hay muros burocráticos que impiden el acceso a la justicia, muros institucionales que separan al ciudadano del Estado y muros ideológicos que justifican la desigualdad. Pero lo más preocupante es que, en tiempos recientes, el propio derecho —que debería ser el instrumento de liberación— ha comenzado a volverse un instrumento de restricción.

 

Resulta paradójico que, pese al principio de progresividad de los derechos humanos, la legislación vigente parezca orientarse a reducir libertades en lugar de ampliarlas. Se legisla para controlar más que para proteger, para castigar más que para garantizar, para concentrar más que para equilibrar. Y lo más grave: esas limitaciones no se traducen en un beneficio tangible para la población. Ni la seguridad pública ha mejorado, ni el bienestar económico se ha fortalecido; el sacrificio de libertades no ha traído paz ni prosperidad.

 

El derecho, por su naturaleza, es mutable. Pero su mutación debería responder a la evolución de la libertad, no a su retroceso. Si la historia del Muro de Berlín nos deja una lección, es ésta: toda norma que levanta barreras entre el poder y el pueblo está destinada a caer, porque ningún muro —ni físico ni jurídico— puede contener para siempre la exigencia de justicia.

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