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La justicia en una taza de café

  • Redacción
  • hace 6 días
  • 3 Min. de lectura

Entre la norma y la justicia

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Alfonso Verduzco


(10-21-2025)


“El aroma del café es también el aroma de la tierra, del trabajo y del derecho.”

Cada primero de octubre el mundo celebra el Día Internacional del Café, una fecha que parece reservada para baristas y amantes de la cafeína, pero que, en realidad, nos invita a mirar más profundo: detrás de cada taza hay una cadena de producción que refleja muchos de los desafíos legales, económicos y sociales de nuestro país.


México no sólo es un gran consumidor de café; es también uno de los principales productores del mundo, con más de medio millón de familias dedicadas a su cultivo en alrededor de 15 estados, desde Chiapas y Veracruz hasta Puebla, Oaxaca y Guerrero. En esas regiones, el café no es un lujo ni una moda: es sustento, identidad y, cada vez más, un terreno donde el Derecho y la Justicia deben hacer su parte.

Del campo a la norma: una nueva ley para un viejo cultivo

En abril de 2025, el Senado aprobó la Ley de Desarrollo Sustentable de la Cafeticultura, una norma largamente esperada que busca ordenar y proteger toda la cadena productiva del café: desde la siembra y cosecha, hasta la industrialización y comercialización. La nueva Ley, ahora en discusión en la cámara de Diputados, pretende reconocer al café como producto estratégico para la soberanía alimentaria, promover su calidad, fomentar prácticas sustentables y proteger los derechos de los pequeños productores.


Detrás de esta ley hay una historia de luchas silenciosas. Durante décadas, miles de productores mexicanos enfrentaron precios injustos, contratos leoninos y una creciente concentración del mercado en manos de intermediarios y grandes corporaciones.


Justicia en la cadena de valor


La economía del café encierra una paradoja: mientras el consumidor paga cada vez más por una taza de especialidad, el productor recibe apenas una fracción mínima de ese valor. Se estima que solo entre 6 y 7 % del precio final llega al campesino. El resto se reparte entre intermediarios, tostadores, comercializadores y marcas.


Además, el 90 % de la producción nacional proviene de pequeños cafeticultores, muchos de ellos con parcelas menores a tres hectáreas, que viven del esfuerzo familiar y de cooperativas locales. Esta estructura fragmentada, aunque demuestra la profundidad social del café en México, también revela su vulnerabilidad: quienes más sostienen la producción son, a menudo, quienes menos se benefician del mercado. Ahí radica el gran desafío jurídico y ético:


El café como alimento funcional: un reconocimiento con efectos legales


En meses recientes, el café ha sido declarado a nivel internacional como “alimento funcional”, es decir, un producto que, además de su valor nutritivo, ofrece beneficios comprobados para la salud. Este reconocimiento —que parte de instituciones científicas y organismos como la Food and Drug Administration (FDA)— reafirma lo que la cultura popular sabía desde hace siglos: el café despierta el cuerpo, pero también protege.

Estudios recientes asocian su consumo moderado con la prevención de enfermedades cardiovasculares y metabólicas. Sin embargo, esta nueva categoría plantea preguntas jurídicas relevantes:


¿Cómo se etiquetará un producto que, sin ser medicina, tiene efectos saludables?

¿Deberá México actualizar sus normas (como la NOM-051-SCFI/SSA1-2010) para incorporar esta clasificación?


¿Y qué implicaciones tendrá en la publicidad, la competencia comercial o las certificaciones de calidad?


Reconocer al café como alimento funcional no solo cambia su imagen ante el consumidor; puede transformar la forma en que se regula su producción, distribución y venta. Es, por tanto, una invitación a que el Derecho mire con más atención la relación entre alimentación, salud y justicia económica.


El valor de la calidad: de la norma a la competencia


En paralelo, el auge de los concursos nacionales como Taza de Excelencia México, Premio Sabor Expo Café o los Campeonatos Nacionales de Baristas y Tostadores, organizados por la Asociación Mexicana de Cafés y Cafeterías de Especialidad, ha colocado al café mexicano en el mapa global. Estos certámenes no solo premian la calidad sensorial; también visibilizan a los productores que cumplen con estándares legales, ambientales y sociales, los ganadores en su mayoría provienen de las pequeñas producciones.


Epílogo


En este mes del café, quizá la lección sea sencilla: el Derecho no está solo en los tribunales; también vive en las manos que siembran, cosechan y tuestan el futuro del país. Cada taza que bebemos nos recuerda que detrás del aroma hay una historia legal que merece ser justa, sustentable y humana. Porque la justicia también se sirve caliente, en una taza de café.

 
 
 

1 comentario


Carmen Hernández
hace 6 días

Excelente artículo,

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