Largo aliento

Mente Lunera

Andrea González

(08-13-2025)

Cuando la pasión es tal que se desborda.

Cuando nos preguntan acerca de lo que nos gusta, lo que nos gusta de verdad, por un microsegundo nos quedamos pasmados preguntándonos: ¿en verdad me preguntaste eso? Como si fuera imposible que eso exista fuera de nuestra mente, pero esa pausa también se debe a que esperamos esa pregunta que nunca se empolva.

Entonces, con un soplo largo se abre el camino. Las palabras ya no son respuestas: son confesiones, son pequeños incendios que se prenden con cada recuerdo, cada detalle, cada pausa. La voz cambia, se aligera, como si llevara siglos entrenando para ese instante o al contrario, se acelera y saca chispa a través de los ojos.

Hablar de lo que nos apasiona no es sólo narrar, es invitar al otro a entrar en una habitación secreta que ha sido decorada con selección durante años, sin esperar visitas sino como refugio propio. Ahí las paredes tienen huellas de manos, tachones y dibujos, ahí el tiempo se estira como liga, uno puede quedarse para siempre sin sentir que el mundo afuera está corriendo.

Lo curioso es que no hay guion previo. Las frases salen como agua de manantial, puras, incluso con urgencia. No importa si tiemblan las manos, si la voz se quiebra. En ese instante somos tan transparentes que podríamos desaparecer y nos seguirán sintiendo.

Quizá por eso, cuando termina la respuesta, el aire en los pulmones parece otro. Es más limpio. Como si cada palabra hubiera servido para recordarnos que seguimos vivos, no por el simple hecho de respirar, sino por tener algo que nos hace perder el aliento… y recuperarlo con un sentido nuevo.

Porque al final, la pasión es un pulso que no caduca. Vive guardada en la esquina más íntima de nosotros, esperando a que alguien tenga el valor, inocencia o desliz de preguntar: “¿Qué es la música?” “¿Qué es la arquitectura brutalista?” “¿Qué es lo que amas?”

Cuando la pregunta llega, uno entiende que hablar de eso no es sólo contar, es abrir paso a una nueva experiencia.